Un poco de aire libre, un poco de sol y Sergio Chejfec

Mis dos mundos, Sergio Chejfec

Hoy hace sol y hemos subido al monte. En realidad, aquí arriba, hace más frío del que esperaba y me alegro de haber sido previsor y haber traído una chaqueta. Hace un momento, aún en casa, me imaginaba a mí mismo aquí arriba cubierto por un sol casi molesto, subiéndome las mangas de la camiseta. Lo único que se ha cumplido de mi proyecto es mi propósito de escribir este post al aire libre; Mis dos mundos, de Sergio Chejfec, merece la ocasión, porque se trata de un libro outdoor. He terminado sus últimas páginas sentado sobre una piedra y recogiendo todo el sol que me era posible. Una vez terminadas las últimas líneas, he encendido mi portátil y he descubierto esa obviedad que pasa inadvertida a los que no solemos teclear en el campo: la luz del sol no me permitía ver la pantalla del ordenador, por lo tanto, para mejorar el contraste de luces, me he visto obligado a sentarme en otra piedra, pero esta vez a la sombra. Aquí uno puede empezar a valorar que hace frío. Sobre todo, en las ocasiones que pasa una leve corriente de aire. No llego a tiritar, ni mucho menos. Pero me acuerdo de ese extraño ensimismamiento que padecía hace unas horas en casa y que no me invitaba a salir al mundo exterior.

Mientras me quejo en estas líneas, mi amadísima Elisa Calatrava está lavando el coche. Supongo que mi deber era el de ayudarla, pero he creído que mi plan de teclear entre pinos y piedras me confería la legitimidad suficiente para dejarla sola con esa tarea. Es evidente que estoy equivocado y que no deja de ser una artimaña demagógica por mi parte. Desde aquí la veo lanzar agua al coche para quitarle una costra de polvo que había cambiado su flamante negro por un color extremadamente más confuso.

Por eso tengo que agarrarme al libro de Chejfec, hablar de él para evadir la culpa. La idea me pareció original al principio, y ahora me parece una perogrullada: Mis dos mundos es el retrato de un paseo por un parque a la vez que un registro de lo que el paseante piensa durante su marcha. Creí, entonces, que sería maravilloso pensar en esta novela dentro de un entorno similar. Como siempre ocurre en mi vida, las cosas funcionan mejor en la ficción que en la realidad.

Aunque he de señalar un punto a favor de esta idea. Las últimas páginas de Mis dos mundos, las leídas sobre una piedra bajo el sol, me han resultado las más claras y transparentes de todo el conjunto. El motivo, en realidad, tampoco tiene nada que ver con mi salida al exterior, no nos engañemos. O, al menos, no tiene que ver demasiado. Con el modo de usar el lenguaje de Sergio Chejfec me pasa algo muy particular. Antes de contar esto y adentrarme en el libro quiero hacer un inciso: Elisa acaba de llegar hasta donde yo estoy. El lavado del coche ha sido un tanto fallido. Parece ser que lanzarle cubos de agua al coche no basta para limar su costra de suciedad. Para colmo, de vez en cuando pasa un coche por su lado y levanta más polvo que acaba cubriendo nuestro coche, nuevamente. Creo que esto tiene que ver con el mito de Sísifo, ¿no?

Volvamos con Chejfec mientras intento disfrutar de la frugal merienda que hemos traído con nosotros. Me gusta decir de este señor algo que todo el mundo va diciendo por ahí de Jorge Luis Borges, de Borges dicen que renovó completamente el uso del español dentro de la literatura; pues es eso, exactamente, lo que creo que ha vuelto a ocurrir gracias al estilo de Sergio Chejfec. Al menos, para mí, su modo de hilar oraciones es totalmente distinto a otras formas que he ido encontrando últimamente en nuestro idioma. Posiblemente esto tenga que ver con que el uso del lenguaje de Chejfec está íntimamente relacionado con el discurso mental de Chejfec. O, dicho de otro modo, en la obra de Sergio Chejfec se ve con una claridad abrumadora el estrecho nudo que forman el lenguaje y el pensamiento. El pensamiento, como creo que dije en el anterior post sobre este autor, es un personaje literario dentro de su obra. El lenguaje, por tanto, toma un protagonismo distinto, deja de ser en todo caso un medio para convertirse en el leitmotiv de cada uno de sus objetos literarios.

Con Chejfec mi experiencia lectora es muy particular. Lo anuncié más arriba pero no lo expliqué. Hablaré de ello en un momento, cuando regresemos a casa, porque Elisa ha olvidado su material de trabajo y parece harta de dar vueltas por entre las rocas. Además, hace frío, definitivamente hace frío. […] Bien, ya estoy en casa. Vuelvo a estar apoltronado en mi sofá. No hay lugar mejor en el mundo. En el camino de vuelta, Elisa me ha pedido que valore nuestra expedición y he conseguido sacar, al menos, dos cosas positivas: el motivo para este post y el estreno de mis zapatillas de deporte. En todo este año no había tenido ocasión de usarlas, aunque he de admitir que eso no me ha importado nada. El que yo me haya decidido a calzar estas zapatillas ha sido ruidosamente celebrado por Elisa, con risas y chistes sobre la paradoja que este calzado supone en mí.

Pero volvamos a Chejfec. En aquellos conciertos de música que verdaderamente disfruto siempre me pasa lo mismo. Hay un momento en donde mi implicación con lo que estoy oyendo sufre un paradójico punto de inflexión y me lleva a abstraerme de la música gracias al alto valor de la misma. En ese momento, mi cabeza comienza a trabajar con su lenguaje privado, impulsada por ese otro código que me están transmitiendo desde el escenario. Gracias a mi amor por ese código dejo de prestarle atención para centrarme en el mío propio. O, dicho de un modo más llano, empiezo a pensar en mis cosas porque me encuentro tremendamente a gusto. Esto es precisamente lo que me ocurre leyendo a Sergio Chejfec; mi implicación con su uso del código me lleva de vuelta al mío propio y me olvido de leer mientras estoy leyendo.

También creo que debería mencionar la idea del flâneur, del paseante solitario entre la multitud, enmarcada en la tradición literaria de la Modernidad. Pero creo que me voy a saltar todo eso. No voy ser capaz de decir nada que no resulte ridículamente obvio.

Por otra parte y, quizá, por último quiero apuntar una otra idea. Todavía no he leído En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, no me ha llegado aún ese momento. Pero, a día de hoy, tengo unas expectativas bastante bien dibujadas de lo que me voy a encontrar en esta serie de libros. Pues bien, estoy convencido de que Mis dos mundos comparte eso mismo que voy a encontrar en Proust, esas características que siempre se mencionan cuando se habla de su obra. Es probable que me equivoque rotundamente, pero esta sensación me da ánimos para encontrar el momento de leer En busca del tiempo perdido y comprobar hasta qué punto pudiera llevar razón en mis augurios.

Dejo, como colofón, una fotografía con la que Elisa me acaba de sorprender, cogido in fraganti escribiendo el principio de esta líneas en mitad del bosque. Me ha parecido tan extravagante verme ahí que quizá merezca que ustedes la vean. Pueden reírse todo lo que quieran.