Tengo un nuevo sillón para leer. Se trata de mi sillón de diálisis. Es un sillón negro, un poco retrepado, amplio, al que le incorporo un cojín que suple las carencias de la extrema delgadez de mis posaderas. Las enfermeras me han hecho una suerte de mesita de cartón que se acopla al sillón sobre mi regazo para poder colocar el ordenador. Tengo tres horas de diálisis para leer en una sala rodeado de ancianos, todos ellos en camas, adormilados, inmóviles, todos enganchados a máquinas que, de vez en cuando, emiten pitidos desagradables que hacen correr a las enfermeras de un lado a otro de la sala.
En mi sillón negro acabo de terminar uno de los libros negros de Gonçalo Tavares, Jerusalén. Tavares siempre me da lo que espero de él. Ni mucho ni poco. Tavares tiene una medida concreta, y siempre me sienta bien, me sirve de purga, me ayuda a lavarme los ojos para volver a enfrentarlos a nuevas lecturas. Tal y como decía Cristof Polo antes de ser Cristof Polo, “Tavares escribe con lo puesto”; no hay grandes malabares, sino una escritura esquemática, con personajes cargados de simbolismo y prácticamente desprovistos de fondo.
Aunque hay algo que me ha costado asumir en la narrativa de Tavares. En sus obras, y en Jerusalén en particular, los personajes están estigmatizados por la crueldad, viven algún tipo de marginación y todo está imbuido por una estética del dedo-llaga. Pero su estilo evita la empatía. Nada de lo que ocurre en sus historias me duele ni, por el contrario, me hace dar saltitos de alegría. Sus historias son como esas noticias sobre desgracias ajenas que aparecen en el telediario a la hora del almuerzo, no nos afectan lo suficiente como para dejar de masticar el filete que nos hemos llevado a la boca. Leer a Tavares provoca una sensación extraña. No comprendo por qué disfruto tanto de alguien que no me hace retorcerme de emoción. Quizá se trate de que Tavares me da calma, me relaja, me tranquiliza.
Un Tavares de vez en cuando es salud, limpia como un zumo de limón en ayunas. Jerusalén me ha purificado, ya puedo volver a intoxicarme con otras lecturas.