Lectura desértica de Pedro Mairal

El año del desierto, de Pedro Mairal

El año del desierto, de Pedro Mairal

Soy muy aficionado a la literatura apocalíptica porque me gusta hacer porras acerca de cómo desaparecerá el mundo que conocemos. Apostar por el fin del mundo me parece tremendamente más excitante y gratificante que apostar en un partido de fútbol, por ejemplo. Voy leyendo, cada cierto tiempo, obras que aborden este tema desde distintos ángulos para disponer de información contrastada cuando las casas de apuestas abran sus puertas. He probado esta vez a documentarme con El año del desierto, de Pedro Mairal, deseando que el buen -y terribe- sabor de boca que me dejó la ciencia ficción argentina de Rafael Pinedo se intensifique con su compatriota (como si hubiera algo generacional en esto) Pedro Mairal.

En El año del desierto, un fenómeno urbanístico-ambiental, llamado la intemperie, va arrasando los arrabales de Buenos Aires y avanza inminentemente en dirección al centro de la ciudad. A su paso, todos los edificios se van derruyendo, se vienen abajo y se vuelven inhabitables. Esto lleva a la pérdida del bienestar de los ciudadanos, sumiéndolos en la pobreza y el desamparo, convirtiendo a la clase media en damnificados de una catástrofe de la que no se aclara nada más. La intemperie, avanzando como una ola a través de la realidad de la sociedad argentina, responde mucho mejor a la categoría de lo fantástico que a la ciencia ficción. La intemperie, de hecho, no es más que una metáfora de la crisis económica argentina; funciona, sin más, como una parábola. Si bien este concepto de intemperie añade cierta poética a la novela, no es más que un sinónimo de crisis y no aporta ninguna otra cosa. Es una idea sugerente en el comienzo pero irrelevante a lo largo del texto. Es el leitmotiv, pero no el soporte de tantas páginas que acabaron aburriéndome.

El primer desengaño fue comprobar así que en realidad no estaba leyendo una novela de ciencia ficción, pero me consoló la idea de que quizá estaba ante una gran novela política. En un primer momento no pude evitar una comparación exhaustiva de El año del desierto con Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago. Esperé que la intemperie de Mairal nos revelara las estructuras de poder y los mecanismos de represión de una sociedad como lo hacía la ceguera blanca de Saramago. Si hay algo bueno en la novela de Saramago, es esa capacidad de comprender cómo funcionamos en sociedad y esa esperanza de una democracia incipiente fundada en el derrumbamiento de todo el andamiaje sociopolítico. Saramago nunca me ha parecido un gran narrador, pero sí un señor con muy buen ojo para el ser humano. De hecho, reconozco que la decepción de El año del desierto me lleva a realzar a José Saramago dentro de mis filias. La decepción de El año del desierto quizá tenga tenga mucho que ver con esta comparación y con mis expectativas. La novela de Mairal es una historia de supervivencia en la pobreza, en donde Buenos Aires parece una isla dentro del mundo y en donde las reacciones sociales a veces me son incomprensibles. Por ejemplo, hay una suerte de guerra civil cuyo motivo desconozco.

Pero lo peor de todo es que El año del desierto no es una novela que nos hable del grupo o que aporte perspectivas o un gran ángulo, sino que se enfoca de principio a fin en la protagonista, una joven insulsa, con la más absoluta falta de carisma, que nos cuenta sus vicisitudes para tratar de sobrevivir a todo lo que se le viene encima. Sus aventuras, desgracias y peripecias me han acabado resultando tan pesadas que el último tramo del libro ha sido leído en modo turbo, saltándome tantas páginas como he considerado necesario.

Me da pena comprobar que en este tipo de obras se describa una sociedad poscatástrofe que trata de emular las estructuras sociales que ya existían, en lugar de proponer alternativas de convivencia que quizá serían idóneas si nos viéramos obligados a montar un nuevo chiringuito. Se me viene a la cabeza, por ejemplo, la teleserie Battlestar Galáctica, como un intento de reafirmar la democracia presidencial y militar. Por otra parte, espero que el desarrollo sea muy distinto en el cómic que voy leyendo a plazos, Y: El último hombre, en donde la sociedad patriarcal desaparece de un plumazo porque todos los varones (menos el protagonista) mueren. No sé, prefiero no extenderme con esto, porque el cómic de Brian K. Vaughan ya tendrá su correspondiente entrada a su debido tiempo.