Sintiéndome huésped de Mark Z. Danielewski

La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski

La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski

Hemos pasado este finde en casa de David y Reyes, disfrutando de su inmejorable y estimulante compañía, comiendo bien y bebiendo bien a todas horas, comprando libros y cómics, revisando el Robocop de Paul Verhoeven y algún que otro capítulo de Twilight Zone, bañándonos en el sol de Sevilla y leyendo las últimas páginas de La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski. Comienzo estas líneas en el tren de vuelta a casa, después de haber concluido la serie de cartas que a Johnny Truant le escribe su madre y que no acerté a leer en el momento adecuado, cuando una supuesta nota al pie de página me lo sugirió, conmovido por tanta ternura, en parte por la madre de Johnny Truant y en parte por mis propios amigos.

Cuando iba por la página 178, mantuve una conversación con Zaitegui y me avisó de la existencia de estas cartas y de cuánto merecían la pena. A esas alturas de mi lectura me había saltado voluntariamente varias de las incursiones de Truant porque me estaban sentando del mismo modo que los anuncios publicitarios en mitad de una buena película. No quería leer “El expediente Navidson”, lo que verdaderamente me ha apasionado de esta obra, como si lo echaran en Antena 3 o en Telecinco. A eso habría que añadirle, tal y como Zaitegui me confirmó, los pies de página sin su correspondiente número en el texto, que escaparon a mi atención y, quizá también, a mi interés. En la zona de los cuadrados azules en mitad del texto estaba tan desorientado que Truant era el menor de mis problemas. Johnny Truant, con el cariño que le he cogido al final (no mucho, pero sí lo suficiente como para reconocerlo), distanciándome una y otra vez de “El expediente Navidson” como si de una técnica del teatro de Brecht se tratase, incordiando en manos de Mark Z. Danielewski, en este caso ya no solamente el autor de La casa de hojas, sino un jugador de ping-pong avezado con ganas de echar una partida conmigo mientras leo su novela.

Y eso que a mí solamente me interesaba adentrarme en la inconmensurable oscuridad de la casa y forzar la apertura de mis pupilas al máximo. Las páginas fueron quedándose casi en blanco, con pequeños párrafos aquí y allá, y así comprendí a lo que se referían algunas reseñas de esta novela cuando decían que todo su juego tipográfico tenía un propósito definido, a saber: me sentí en el interior/exterior que experimentaron Navidson y compañía. Ya que yo también he estado dentro/fuera de la casa, puedo plantear la siguiente pregunta y tratar de dar mi propia opinión al respecto: ¿Novela de terror? No en un sentido estricto. Es una novela de corte fantástico y, de hecho, todos los textos que acompañan “El expediente Navidson”, entrevistas, investigaciones, ensayos, documentos, etc. constituyen una máscara para que la historia parezca, en todo caso, ciencia-ficción, pero tampoco funciona así (porque en realidad no explican nada), se trata de literatura fantástica pura y dura. Reconozco que en ocasiones puede dar miedo, al fin y al cabo lo siniestro y lo sublime –dos elementos ligados a lo fantástico– aparecen constantemente.

Con Johnny Truant, el punto de inflexión tuvo lugar a partir de la historia del perro pequinés. Ahí le cogí cariño a este tipo, comencé a empatizar con él. Empecé a ver que la obsesión de Truant se parece a estar encerrado dentro de la casa sin encontrar la salida y, al mismo tiempo, se parece a estar enganchado a un libro y no poder dejar de leer. Truant y Navidson se van pareciendo cada vez más, al menos hasta cierto instante de la novela, a Bastian y a Atreyu en La historia interminable. Y, por si esto fuera poco, hay un momento, ya casi al final, en donde parecemos estar al principio de la segunda parte de El Quijote, cuando este lee su propia novela dentro de la novela. Y sí, por supuesto, otra vez El Quijote, como en casi todas las obras que pretendan subvertir los cánones tradicionales, casi todas suenan a la obra de Cervantes. Esto sería como para sentarse y ponerse a pensar en ello, ¿El Quijote está en esta/s novela/s o en mi lectura de ella/s?

En lo que respecta a La casa de hojas, he de dejar bien claro que me declaro fan de “El expediente Navidson”, porque plantea los momentos más memorables, como por ejemplo cuando Tom se queda esperando al resto de la expedición en una tienda de campaña y vence al “señor Monstruo” contando un chiste tras otro, a cada cual más bueno (al menos en lo que concierne a mi sentido del humor). Dentro de la casa, la historia se desarrolla con una incertidumbre que me recuerda a la película Cube, con el aliciente de que aquí las luces están apagadas. Para colmo, lo que en esta novela causa miedo no persigue a los protagonistas a lo largo de la historia. Ocurre todo lo contrario, es decir, el protagonista persigue sin descanso aquello de lo que debería huir.

He tardado mucho en leer La casa de hojas, no porque me haya resultado complicada ni pesada, que no lo es, sino porque la he dilatado en el tiempo, haciendo caso omiso a los consejos de algún que otro blog que proponía leerla de seguido en tres o cuatro días, porque La casa de hojas es, entre otras muchas cosas, tiempo dilatado (no solamente espacio), y Mark Z. Danielewski quiere que nos sintamos dentro de ella, de eso no cabe duda: Mark Z. Danielewski se sienta a nuestro lado cuando nos ponemos a leer su novela.