Shakespeare, Shakespeare, Shakespeare

Coriolano, de William Shakespeare

Coriolano, de William Shakespeare

 

/1/ SHAKESPEARE

Hace un mes o así, en una de mis sesiones de diálisis, me apeteció ver una película en la pantalla de mi ordenador, sirviéndome de unos auriculares para no molestar. De entre todas las posibles, elegí una por la cual no tuviera especial interés en verla con el proyector; sencillamente pretendía ver una película que no perdiera muchos puntos dentro del pequeño marco en la que iba a ser reproducida y que me hiciera más llevadero el tiempo en la cama de hospital. Me decanté por Coriolano porque no preveía nada a favor ni en contra de la ópera prima de Ralph Fiennes y porque jamás había oído hablar de esta obra de William Shakespeare.

Observar sin expectativas es un regalo del que en contadas ocasiones disfruto. Pese a las incómodas interrupciones provocadas por el escaso flujo de megas del internet hospitalario y pese a las necesarias interrupciones del personal sanitario, presencié cómo dentro de mi ordenador crecía un portentoso monstruo y se hacía fuerte. La experiencia fue tan inesperada y sobrecogedora que no supe distinguir con claridad los miembros que conformaban al monstruo. ¿Cuánto era de Shakespeare y cuánto de Fiennes?

/2/ SHAKESPEARE

Por supuesto, a continuación fui a una librería a hacerme con un ejemplar para conocer el texto. Coriolano es una de de las llamadas obras romanas de William Shakespeare, pero está claramente emparentada con sus tragedias. Si me preguntan, me parece superior a las dos o tres que ya he leído (Romeo y Julieta, Otelo y Hamlet). De hecho, ahora me siento impaciente por devorar sus demás tragedias para comprobar si hay alguna que supere esta maravilla.

Quizá me encuentro entusiasmado porque este Shakespeare hace mejor sociología política que todos los programas de análisis de la actualidad que puedan verse en la parrilla televisiva. Que Shakespeare siempre acierta con la esencia humana es un lugar común, pero que también refleje el comportamiento de una sociedad es un lugar en el que no había estado antes. El personaje de Coriolano representa todo lo que odio, él -por unas razones- y el resto del reparto de políticos -por otras- son lo que hoy en día desearía derrocar y sepultar; sin embargo, también he gritado de emoción dejándome embaucar por la épica, me he conmovido ante la madre de Coriolano, he suspirado por la suerte de todos los personajes.

Tuve un compañero de trabajo con el que procuraba llevarme bien pese a nuestras discrepancias. Me dijo un día, tomando una cerveza, que para él existían dos pilares fundamentales: la familia y la patria. Logré no reírme en su cara. Me mostré muy educado. No fui capaz de contemporizar con él, pero, al menos, pude añadir mis «matices ideológicos» con delicadeza y elegancia. Pues bien, esta vez no tengo por qué repetir mi postura: la perdición de Coriolano es fundamentar su vida en las mismas ideas que mi compañero de trabajo. Coriolano es un personaje espectacular y grandioso, pero también es un mulo, un animal de poca inteligencia. Ahora puedo reírme de él como no lo hice de ese compañero de carne y hueso que me soltaba semejantes chorradas mientras sostenía una caña y sonreía con autocomplacencia. Gracias, Shakespeare, por darme una segunda oportunidad para no callarme.

/3/ SHAKESPEARE

Nada más terminar el libro, vuelvo a ver la adaptación cinematográfica de Ralph Fiennes. Esta vez en el proyector, esta vez con los altavoces de mi home cinema. Y ahora me gusta tres veces Coriolano. Lo he descubierto, lo he leído atentamente y, por último, he disfrutado de todas las decisiones a la hora de adaptar cada escena. Por supuesto, Fiennes se deja atrás algunos pequeños pasajes un tanto irrelevantes, pero, a cambio, logra enriquecer el texto en cada una de las soluciones que propone, haciéndolo más ágil en la pantalla gracias a partir de acertadas elipsis y condimentándolo con imágenes que iluminan el sentido del texto original.

Para más placer, todavía suena en mi cabeza el timbre de voz de Ralph Fiennes. Todos los actores ponen el listón muy alto, pero, además de este en el papel protagonista, tengo que subrayar con un estuche entero de rotuladores la interpretación de Vanessa Redgrave, haciendo de Volumnia, madre de Coriolano.

En conjunto, una auténtica gozada. Por separado, también.

¿Demasiado tarde para Shakespeare?

Hamlet, de William Shakespeare

Hamlet, de William Shakespeare

¿Cuántos libros les da a ustedes vergüenza reconocer que todavía no han leído? ¿Cuáles son? Si los leen ahora, ya demasiado tarde como para que luzcan en sus currículums de lectores, ¿lo confesarán en público? En mi caso, uno de ellos es Hamlet, de William Shakespeare. He tardado treinta y un agostos en leerlo. Hasta ahora, cuando Hamlet salía en una conversación, yo hablaba sobre la obra solo de oídas, estrujando la información que he ido pillando al vuelo por aquí y por allí, derivando las charlas hacia Romeo y Julieta (que me dejaba a la altura de cualquier hijo de vecino), Otelo (que me dejaba en mejor lugar) y La tempestad (que me hacía parecer un entendido en Shakespeare). Por supuesto, nada de Macbeth, ni de Rey Lear, ni de todo lo demás. No obstante, Hamlet, de algún modo, era el hueco más inconfesable.

¿Y qué diantres he estado yo esperando durante tanto tiempo para leer esta obra? Ha sido una lectura maravillosa, con una trama tan bien hilada que no tiene nada que envidiarle a las virtudes propias del género de la novela. El príncipe Hamlet es un personaje carismático, con el que nos tomaríamos un whiskazo si nos lo encontráramos en un bar a las tres de la mañana. Me he pasado toda la obra siendo uno de los personajes amigos de Hamlet, por lo que me ha tenido de su parte en todo momento. Pero, claro, ustedes ya lo saben, en las tragedias de Shakespeare muere hasta el apuntador. Por suerte, Shakespeare siempre espera hasta el final para hacer sangre, para que al lector-espectador no le ocurra lo que a mi amadísima Elisa Calatrava con las teleseries, que a veces pretende dejar un capítulo a medias, encolerizada e indignadísima, cuando matan demasiado pronto a un personaje con el que haya empatizado.

Por otra parte, me ha entusiasmado el uso del teatro dentro del teatro. Shakespeare plantea un juego metaliterario que encaja perfectamente dentro de la trama y sirve como efectiva y original herramienta para contar la historia con una mayor economía narrativa. Shakespeare y Cervantes utilizando la metaficción en Hamlet y El Quijote a principios del siglo XVII, y a nosotros se nos llena la boca hablando de la Posmodernidad -y a mí el primero.

Hasta cierto punto, me siento ridículo haciendo una reseña sobre Hamlet. No voy a descubrirle nada a nadie. Pero, al menos, puedo vocear que por fin sé quién es Yorick.