La única razón válida para tener un hijo es querer verlo leyendo Momo

Momo, de Michael Ende

Le acabo de contar a un amigo en facebook que yo de pequeño no leía prácticamente nada, que lo mío era ver Oliver y Benji o Patoaventuras, que mis padres hacían todo lo posible por hacerme leer: me compraban grandes colecciones de libros infantiles y juveniles, me leían en la cama, etc. Pero a ellos nunca los vi leer, así que les costó inculcar en mí un hábito. Al final lo consiguieron, aunque me perdiera toda esa literatura que se supone que hay que leer cuando uno es niño. Afortunadamente, Momo ha sabido esperarme. Momo ha estado esperando su momento desde mi niñez hasta ahora. Por fin nos hemos encontrado.

A alguien se le ocurrió decir en algún momento que Michael Ende era un escritor de literatura infantil, supongo que se le ocurrió a un gilipollas sin corazón. No se puede ser otra cosa después de empujar a Ende hacia esa suerte de ostracismo llamada literatura infantil. Hay obras literarias que se pueden leer cuando uno es niño y obras que se pueden leer cuando uno es adulto. Y otras que se pueden leer en cualquier etapa, como ocurre con Momo y tantas otras obras literarias. Se trata de saber aplicar capas o, mejor dicho, órbitas. Momo es un libro sobre el que giran varias órbitas, depende de la edad que uno tenga habrá de seguir una u otra para dejarse llevar por su centro de gravedad. De este modo, cuando uno es niño ve hombres grises con bombín y cigarrillo, y cuando crece un poco empieza a ver en el mismo sitio, desde otra órbita, una durísima crítica al capitalismo (por ejemplo).

La lógica interior de Momo es como un dibujo de M. C. Escher, o como el tiempo-espacio según Stephen Hawking (al menos como yo lo entendí cuando leí El universo en una cáscara de nuez): algo capaz de contenerse a sí mismo. ¿Qué quiere decir esta definición que acabo de dar? No estoy seguro, nunca entendí muy bien a Hawking y tampoco sé cómo explicar los dibujos de Escher.

Fuera de esa lógica, lo extraño (y triste) es que mis alumnos de 1º de ESO tienen otra definición para Momo: una mierda. Ellos prefieren las novelas de Jordi Sierra i Fabra. Semejante falta de imaginación por parte de mis alumnos me obligó a ponerme un bolígrafo en la boca y mi bufanda enrollada a la cabeza a modo de sombrero. Les dije que yo era un hombre gris recién salido del libro (aunque un alumno apuntó que en realidad parecía un Rey Mago con ese turbante) y que me iba a apoderar de ellos si no empezaban a usar su imaginación, porque es lo más valioso que tienen.

Momo es un libro que sabrá esperarlos a ellos también.

Para terminar, aquí dejo algunos cuadros del padre de Michael Ende, Edgar Ende, pintor surrealista. Solo para darme el gustazo de decir «de tal palo tal astilla»:

Y así podría seguir poniendo imágenes de Ende padre ad infinitum mientras veo en ellos a Ende hijo. Además, acabo de encontrar en una web dedicada a Edgar Ende (con esto ya sí que termino) información sobre la relación artística padre-hijo que ambos mantenían. Parece que he dado en el clavo con el refrán de más arriba, ¿no?:

The relationship between Edgar Ende and his son, the writer Michael Ende is a very long and fascinating story. Michael Ende dedicated his book «Spiegel im Spiegel» (Mirror in the Mirror) – a collection of labyrinth-like stories, which are all interlocking with each other in a very mysterious way – to his father. In this book he realised in literature what his father realised in his paintings. Alert readers can even find ideas from pictures by the father woven into the text.

The art of his father’s was for Michael Ende the starting point for his own poetic concept. Edgar and Michael Ende are two exceptional personalities and only together, can they be really understood. This is like the phenomenon of the mirror, reflected in another mirror: Nobody can really recognise which mirror is reflecting which.

EDGARENDE.DE Recuperado el 5 de febrero de 2011, de http://www.edgarende.de/Englisch/Home.htm

4 pensamientos en “La única razón válida para tener un hijo es querer verlo leyendo Momo

  1. Creo que compartimos infancia, por lo de Oliver y Benji y los padres que intentan por todos los medios que leas (casi todas las noches en la cama contigo leyendo) aunque no los veas nunca leer. Al final conmigo también lo consiguieron, y con diez o doce años logré leerme la Historia Interminable, aunque de la segunda parte no me llegué a enterar mucho…

    Me apunto lo de Momo, y ya decirte que sigo tu blog desde hace tiempo y que lo que me gusta de tus críticas es la transparente sinceridad con la que las elaboras, a diferencia de otros muchos que se preocupan más del artificio de sus palabras que de lo que están hablando.

    Un saludo

  2. Hola, me alegro mucho de que sus padres, como los míos, también alcanzaran su propósito. Aquí nos tienen, a los dos, hablando años después de literatura, jejejejeje. Gracias por sus palabras. Como ya sabe, en este blog intento construir mi historia de la lectura personal; quizá por eso y por no pretender hacer crítica literaria no me veo obligado a caer en más artificios que en los personales. Un saludo y hasta la próxima!

  3. Momo, Momo, Momo… Qué grande Momo.

    Momo lo leí yo con… ¿15 años? Pues igual, no sé. Lo tenía una vecina mía insoportable (nos conocimos adolescentes y nos soportamos por temas barriales) y me lo dejó y devoré y siempre fue un bonito recuerdo. El único bueno que tuve de ella.

    Momo.

    Entonces tampoco entendí quienes eran esos hombres grises pero no era ajeno al feismo que era vivir en esas casas cuadradas, todas iguales, como fuertes: cubos con ventanas. Pero los hombres grises… cielos!… algo así, a los quince, lo convertía en un cuento de terror.

    Hace unos años, pocos, lo encontré en el corte inglés, en la sección juvenil y no me pude resistir. Después lo dejé, no sé a quién y me quedé sin él, como casi siempre o quizá me lo devolvieron y anda por casa, perdido.

    Momo es mucho mejor que La Historia Interminable pero la gente no lo sabe. Sólo unos pocos somos conscientes y ¡¡gozamos tanto de ese secreto!!

  4. Buenas tardes, caballero. Momo es uno de esos libros que no importa demasiado perder, ¿no? Porque, con suerte, acaba en las manos de algún necesitado de Ende. Por cierto, que mi novia no le escuche decir que Momo es mejor que La historia interminable, porque pueden rodar cabezas, jejeje.

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