El silencio antes de Billie Holiday

Lady sings the blues, de Billie Holiday

Lady sings the blues, de Billie Holiday

Veníamos de ver The Artist en unos multicines de Segovia. La película nos había sobrecogido tanto que ni siquiera intercambiamos opiniones. Nos metimos en el coche sonriendo, felices de haber compartido un rato tan bueno. Nada más arrancar, mi amadísima Elisa Calatrava rebuscó en el compartimento de los cedés y metió en el lector un disco de Billie Holiday. El camino a casa fue extraordinariamente placentero. Yo no quería llegar, sino que ella condujera indefinidamente mientras Lady Day cantaba y el sabor de boca de la película se convertía en una explosión de bienestar en el estómago. Oíamos a Billie Holiday, callados y serenos, y el coche era una burbuja.

En estos días, en los que leía Lady sings the blues, la autobiografía de Billie Holiday, he visto en casa El silencio antes de Bach, de Pere Portabella y me he acordado de este otro silencio, anterior a Billie Holiday. En el caso de Portabella, cuando el silencio se rompe aparecen la abstracción y el malabarismo, el puzzle musical y visual en donde de nuestra cabeza hemos de sacar las piezas que faltan. El el caso de Holiday, cuando el silencio se rompe no solo hay armonías, también está su confesión descarnada, su visión del mundo, su ternura infinita hacia la vida, su valor de hablar sobre sí misma en este libro. Cuando Billie Holiday habla están todas las piezas dispuestas sobre la mesa, solo hay que observar el dibujo.

La vida de Billie Holiday fue realmente jodida, como si se tratase de una nueva versión del Lazarillo de Tormes, salpimentada con un intento violación cuando solo era una niña, prostitución, heroína, cárcel, racismo, más cárcel, más racismo, falta de familia, mala suerte con los hombres y más racismo si cabe. Con todo ello, Lady Day logró medrar en la vida, salió del agujero más hondo de su ciudad y se fue elevando como si su voz fuera una soga por la que poder trepar.

Lady sings the blues llegó a mis manos, porque un querido compañero de trabajo me lo trajo un día de improviso, a colación de una conversación que tuvimos hace tiempo. Ayer me decía que quizá haya algo de exagerado en una vida tan tormentosa y, a la vez, en la ternura y el optimismo con el que Billie Holiday seguía viendo el mundo después de todo, pero yo ya he conocido esa mirada transformadora. Yo conocí a Billie Holiday hace unos años, cuando vivía en Barcelona. No se llamaba B. H. sino V. L. Su vida, por suerte, no ha sido tan exageradamente trágica, pero V. L. ha pasado por situaciones que harían temblar a la mismísima B. H. Ambas comparten, por supuesto, la misma actitud ante el mundo, la que te recuerda que a lo mejor merece la pena estar vivo después de todo. Ambas te muestran las piezas del puzzle, ordenadas sobre la mesa, conformando la imagen de una felicidad posible.

A V. L. le he perdido un poco la pista y he vuelto a encontrarla en las páginas de Lady sings the blues. A lo mejor debería hacer un viaje y llevarle un ejemplar de la autobiografía de Billie Holiday.